jueves, 28 de agosto de 2008

Nota muséica

El hilo de Ariadna es también la memoria amorosa. El palacio de Minos estaba poblado por mujeres en paños menores que como gesto de hospitalidad eran ofrecidas al visitante. Pululaban los efebos. Al igual que la mítica Creta, el laberinto del Minotauro pudo haber estado lleno de congales. Lo que hizo Teseo fue atar el hilo de su amada a su dedo gordo para no extraviarse.
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Así hice yo con tu recuerdo cuando me perdí en las cuadras sombrías que se extendían detrás del bar Sanabria, allá abajo.
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Con la memoria destrozada por varios años de descenso al interior de la tierra, pregrino de un museo subterráneo de la desmemoria y la soledad, caminé a la vera de un abismo que a veces fue la locura. Nunca sufrí una caída definitiva. Tampoco un olvido definitivo: cuando no tuve nada, tu nombre fue mi única posesión. Llegado fue el momento en que sólo podía recordar tres o cuatro cosas de mi pasado en el Dé Efe, durante mi exilio en el museo del extravío, durante mi extravío en el museo del exilio. Menos aún cuando supe que la vida no me sería suficiente para volver a encontrarme contigo, olvidé tu nombre, mujer. Lo estreché empapado en mis manos.
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Sin embargo, por los tiempos en que trabajé en el bar Sanabria, y tomé parte en la revuelta que organizó Cristóbal Inés, aún no recibía la noticia de tu muerte. Esta herida gigantesca no había cobrado forma.

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