domingo, 3 de agosto de 2008

De las cartas imaginarias

*
" ...ces lumières simples et naturelles…”
*
Le Philosophe Inconnu, De l'esprit des choses,
ou coup d'oeil philosophique
*
*
Existen, Elisa, muchos tipos de historias. Y el mundo está lleno de ellas, millones y millones de pájaros infatigables cantando en una gran jaula redonda, una sola, tumultuosa canción: tan larga que sólo a los dioses les fue dado escucharla completa. Es por eso que un humilde sabio latino acuñó la máxima: ars lunga vita brevis. Porque supo que el destino de los hombres y las mujeres consiste en entrar al concierto una vez que éste ha comenzado, y en abandonar la sala casi de inmediato, antes de la caída del telón, antes de la nota final. Y lo que nos toca escuchar son apenas unas cuantas notas, o tal vez, un trozo de nota, un soplido del flautista, un golpe de platillos, un silencio. Sin embargo, también está en nuestro destino el querer escuchar un poco más de los que nos corresponde, porque somos humanos, y queremos oír, queremos ver, queremos enterarnos. Enterarnos, Elisa, justamente eso. Nuestra curiosidad, a diferencia de nuestro conocimiento, es tan grande como el cosmos. Después de todo, a quién no le gusta que le cuenten historias. No importa si se trata de una señora que religiosamente sintoniza los culebrones del dos, o de un adolescente que se asombra al escuchar las aventuras amorosas de sus amigos más experimentados (más fanfarrones), o de un Don Quijote que se chutó cuanta novela de caballerías llegó a sus manos. Nuestra vida es mínima y nunca se basta por sí sola: ni siquiera Adán, que tuvo el jardín de los jardines para él solo, estuvo completo hasta que Dios creó a Eva. Pero para entonces era tarde, pues la soledad ya había sido inventada, y es una de esas cosas, como la hominización de los primates, como la industrialización y el deterioro ecológico, que no tienen marcha atrás. Es de suponerse, pues, que lo primero que hicieron Adán y Eva cuando estuvieron corazón a corazón fue ponerse mutuamente al corriente, contarse las noticias, informarse de lo que había pasado hasta entonces; y así la memoria, como el amor, nació a partir de una costilla de la soledad. El resto del cuento es bien conocido (¿no te parece increíble?, estamos al día con las últimas noticias del Paraíso, pero quién podría decir en este momento cómo se llama el secretario de defensa de Guatemala, o cuántos habitantes hay en Tegucigalpa): tenían tan poca experiencia, los novios de la rosa celeste, en su unión libre estaban tan libres de malicia en las cuestiones mundanas, que se dejaron embaucar por una víbora, hazme el favor. De tal suerte los siglos vieron el nacimiento del tiempo y del matrimonio. Ambos por un descuido. En fin, que las historias circulan por la tierra, y le dan sentido a sus giros, desde tiempos muy remotos.

Yo sé unas cuantas historias, ya porque las he vivido (las menos), ya porque las he escuchado, leído o soñado (las más). Sé también que en ningún libro de historia universal encontraré la historia del universo, y que un cuento acerca de una mosca (no hay como los de Tito Monterroso) o acerca de una piedra (Kafka las hacía hablar) puede revelarnos más acerca de la totalidad. Pese a lo cual, tomo clases en un aula donde no se habla de moscas ni de piedritas, y por desgracia se habla poco de Kafka y de Monterros, sino de Tucídides y el agarrón del Peloponeso (sin albur), de Carlomagno y Tamerlán, el sabio feroz, de las estelas mayas (piedrotas) y la Ollin Tonatiuh de los aztecas (piedra de sol). Así, si la ficción no resulta, probaré a contar historias de a de veras. Uno tiene que hacer algo de su tiempo, ocuparse. Como Sísifo, que entretuvo los largos siglos del averno desplomando una piedra de lo alto de un cerro, para luego bajar por ella, rehacer la cuesta y soltarla de nuevo, incansablemente. Sísifo was a rolling stone.
*
Aunque no hay historias mejores ni peores, ni verdaderas ni falsas, ni objetivas ni subjetivas, y eso era lo que iba a decirte, mia cara Elisa, que muy en el fondo todo nos habla un poco de lo mismo.
*
Cuando veo a la gente todos los días en el metro, en las calles, en los salones de clases, trato de imaginarme sus grandes victorias, que pocos conocen, cada una de las veces que un chico que viaja con una playera de rayas moradas, escuchando música, por la línea café, o una mujer morena que vuelve de trabajar de una oficina, contenta porque le tocó ir sentada, en fin, los momentos en los que cada uno de esos seres sin nombre ni pasado y rostros hechos de aire, han enfrentado al dolor y a la pérdida, y cómo ahí siguen, y me parece ver más cada día, más batallas que se desarrollan en incontables ojos y silencios y bolsas de librerías Gandhi o playeras y tenis con una palomita afilada. Ahí, me digo cuando encuentro los ojos de otro hombre, ahí duermen y sueñan tantas historias, ahí también habitan la alegría, la derrota, la equivocación y la esperanza... En fin, de alguna forma hay que pasarse el rato que dura el viaje. Últimamente el metro se demora eternidades. Hace poco una amiga pasó veinticinco minutos en un túnel, con los vagones a reventar, y las luces que se habían extinto, merced a una interrupción eléctrica. Con el calorón de una mañana de julio en la capital, metros y metros bajo tierra. Verdaderamente una siesta de dragones, no lo crees?

1 comentario:

ocelotita dijo...

No lo he leído todo, me confieso, pero qué puedo decir querido, que me ha conmovido profundamente, como todo lo que escribes. Que me hubiera gustado esperar, para no dar el primer silbo que despertará a estas bestias de aliento flamígero, pero no pude resistirlo. Que te guardo una ternura oscura, lo sabes.
y que espero poder seguirte leyendo aquí. Un beso para el niño de felpa.